Hace muchos, muchísimos años, más de los que se pueden llegar a contar, existió una extraña aldea en Japón donde todos sus habitantes gozaban de poderes sobrenaturales. Se ocultaban ante el resto de los humanos, dadas las anteriores experiencias que habían tenido con ellos y que siempre habían acabado en el mismo final: el borrado de memoria. Los humanos normales no comprendían estas habilidades, no les gustaba que ellos no las tuvieran y eran muy codiciosos, tenían envidia... había tantas razones por las que era más seguro vivir de este modo, que formaron sus propias leyes y mercados, para no tener que depender nunca más del exterior de la villa.

Decidieron llamar a la aldea Tokutei, que significa "Especial". Todos allí vivían en plenitud, disfrutando y aprovechando sus habilidades para el bien común, poniendo un gran entusiasmo en la educación de los jóvenes, pues de ellos dependía el futuro de su hogar. Los más pequeños, en cambio, jugueteaban por las calles hasta que sus poderes despiertan y son capaces de usarlos; esto conduce a que la libertad y la curiosidad se mezclen, haciendo de las travesuras las habituales compañeras del día a día, y por desgracia los niños no son conscientes de la magnitud que puede llegar a tener la consecuencia de un pequeño acto.

Uno de los muchachos, haciéndose el valiente delante de sus amigos, infringió la primera ley y salió de la aldea en busca de alguna persona, pero lo que encontró no se asemejaba en absoluto a lo que se había imaginado: un grupo de forajidos vieron al crío y quisieron capturarlo. El niño, presa del pánico, desató sus poderes  para liberarse del agarre de los bandidos y esto provocó que huyeran hacia el bosque, aunque no terminó ahí la historia. Llevados por la curiosidad, el grupo siguió al niño sigilosamente en su camino de vuelta a la aldea y quedaron estupefactos al verla, pues nunca antes habían sabido de su existencia. A pesar de la barrera que los separaban consiguieron ver a más gente haciendo gala de aquellos poderes tan extraños; lo malo fue que, en vez de tomarlo como una bendición de los Dioses, pensaron que se trataba de magia oscura, y no podían dejar que les embrujaran o les matasen con su magia.

Los bandidos recorrieron los pueblos adyacentes divulgando lo que acababan de ver sus ojos. Les costó semanas convencer al resto de habitantes, hasta que por fin accedieron a echar un vistazo como tiempo atrás habían hecho los forajidos. Algunos quedaron impactados, otros maravillados, había quienes aun habiéndolo visto en persona seguían sin creérselo; pero en una cosa estaban de acuerdo: debían destruir esa aberración.
Todo ocurrió por la noche, cuando los residentes de Tokutei dormían. Se acercaron con antorchas y prendieron fuego sin vacilar en los techos de paja y las casas de bambú, que no tardaron en empezar a arder y a propagar las ardientes llamas de una a otra vivienda. Las familias, horrorizadas, gritaban dentro de sus casas sin posibilidad de escapar. En cuestión de segundos, la aldea se había convertido en el mismísimo infierno: las personas que conseguían esquivar las llamas se encontraban con las puntas afiladas de flechas y espadas, las que no, agonizaban entre los escombros ardientes y rogaban que salvaran a sus hijos.

De lo que nadie se percató fue de que, en la distancia, un grupo de niños observaba en silencio la masacre, tentados por ir a ayudar a sus familias pero sin hacerlo, pues sabían que encontrarían su muerte si los descubrían. Ninguno de ellos habría esperado que, tras su travesura nocturna por salir a escondidas de casa para ir a jugar, encontrarían su propia salvación. Sabían que tenían que irse, alejarse lo máximo posible de aquel sitio, pero no podían apartar sus ojos llorosos de lo que antaño fue su hogar, de los restos que antes fueron los mercados, los colegios y sus hogares y que ahora no podían siquiera distinguirse.
Cuando las llamas se extinguieron y los intrusos se fueron se atrevieron a acercarse con la esperanza de encontrar a algún familiar o amigo con vida, pero fue inútil. Era una visión tan espantosa que se vieron obligados a no adentrarse más allá, sino todo lo contrario: comenzaron a correr hacia el bosque y, una vez ahí, los niños decidieron sus destinos.

Viajarían, durante los siguientes años, a diferentes partes de Japón, escondiendo sus habilidades para poder integrarse en la sociedad. Los que tuvieron descendencia descubrieron que sus hijos también heredaban los poderes, pero era algo que nadie debía saber, por lo que sólo la familia más cercana conocía su mayor secreto, su pasado, la historia de su aldea.
Con el tiempo el suceso se fue olvidando hasta convertirse en una simple leyenda en la que los únicos conocedores de la verdad eran los descendientes de aquellos niños que consiguieron huir.


[En la actualidad]

La familia Himura lleva en Japón desde tiempos inmemorables, nunca llegaron a migrar como hicieron otros descendientes de la aldea. Consiguieron amasar una gran fortuna gracias a sus dotes empresariales y, hoy en día, gozan de un envidiable estatus social. Sin embargo, todo tiene una razón de ser: lejos de aprovechar esa gran suma de dinero para su propio beneficio, decidieron invertir en algo que muchísima gente agradecería en un futuro. El instituto Tokutei, erigido justamente en el centro de la que fue la legendaria aldea Tokutei, era una idea que rondaba en la cabeza del padre de Reiko antes de fallecer y quiso que su voluntad se cumpliera una vez se hubiera ido. Su única hija fue la que llevó a cabo este proyecto tan esperado.

Reiko escuchó desde muy pequeña las historias sobre Tokutei, sobre aquellos hechos sobrenaturales que sus habitantes hacían realidad e, incluso, veía con sus propios ojos los poderes que tenía su padre. Su madre había fallecido poco después de dar a luz, por lo que no estaba segura de si ella llegó a descubrir aquel secreto o no; en cualquier caso, las habilidades de Reiko despertaron cuando ella contaba con ocho años y, en ese mismo instante, comprendió el gran peso que tendrían que soportar sus hombros a partir de ese momento.

El centro educativo se terminó de construir en 2017 y, a partir de ese momento y tras una exhaustiva búsqueda, se fueron encontrando a las familias descendientes de la aldea para que sus jóvenes primogénitos pudieran tener un lugar donde aprender a controlar y desarrollar sus dotes. En la actualidad, se pueden encontrar personas con habilidades en cualquier parte del mundo, que intentan vivir escondiendo sus poderes. La mayoría de ellos conocen la historia, contada generación tras generación, pero hay quienes, huérfanos y sin contacto alguno con el resto, les es muy difícil comprender lo que les ocurre. Por suerte, los contactos de la familia Himura son lo suficientemente eficientes como para percibir y encontrar a todas las personas que merecen un lugar en el instituto Tokutei.